El regalo de Navidad (retrasado) de Mi Amiga la Prepago

Cuando te rodeas de espacios vacíos las depresiones están a la orden del día.

Se acabo el año pasado, comenzó uno nuevo y todo seguía igual: el gimnasio sin nadie  entrenando me hacía preguntarme ¿esta gente no comió hallaca, ensalada de gallina y pan de jamón? ¿es que nadie engordó? ¿sólo a mi me salió esta barriga de cervecero?

No paré de entrenar en todo diciembre, ni siquiera los primeros días del año me pusieron flojo; iba a entrenar igual que siempre, bueno, no era igual, no estaba Mi Amiga la Prepago.

Este año no me dio ni la Feliz Navidad, no me contestó el teléfono el 24 y el 31 me las di de orgulloso y no la llamé.

Me dediqué entonces a reconstruir nuestra historia en el gimnasio ¡qué loco todo! me entraron unas ganas terribles de acariciar su locker, de sentarme en el banquito del baño de hombres en el que se montaba la lycra, tocaba las maquinas en la que la recordaba y la imaginaba ahí burlándose de mi y diciéndome que tenía falta de cama; hice incluso algo de lo que me avergüenzo: olí los manubrios de la bicicleta en la que siempre se sentaba a ver si todavía tenía ese aroma de splash de Victoria’s Secret, pero que va… su rastro se había desaparecido.

“¿Extrañas a La Negra?” me dijo Celia, la que limpia, una de las veces que me descubrió acariciando las máquinas. “Papi tu tan feo como te da loquera de enamorarte de ella ¡ay papi estas loco!” y juntos no reíamos.

No tenia fuerza para decirle a Celia que estaba equivocada, no estoy enamorado de Mi Amiga la Prepago, ¡ni de vaina me enamoraría de una Prepago!, no porque sean malas personas sino porque nuestros caminos jamás se podrán unir; las admiro, me divierten. En las reuniones familiares siempre hay una que otra, a mis primos les encanta coger putas y llevarlas a las bodas y parrilladas; son recién prepagadas siempre, a penas se están iniciando, no creo que mis primos tengan un webo con el que aguantar a una verdadera Prepago; éstas llegan a la reuniones familiares con sus trapillos baratos y sus ganas de comerse el mundo.

Lo que siento por Mi Amiga la Prepago es una vaina más arrecha, es algo lindo que de vez en cuando se torna feo y malvado; a veces la odio tanto como a mi abuela por no haberme dejado de herencia el abrigo mink, otras veces quiero protegerla.

Los días en los que me daba ladilla entrenar recordaba a Mi Amiga la Prepago y sus 5 cosas para hacer en el gimnasio cuando estás ladillado:

1. Masturbarse en las ducha.

2. Espiar a las mujeres mientras se echan crema desde el hueco en los vestidores del baño de hombres.

3. Dejar mensajes de amor anónimos en los lockes.

4. Llamar a la recepción y decir que están tirando en el sauna.

5. Trancar con seguro la sala de baile y botar la llave.

No se me pasaba mucho la ladilla pero me sentía malo y eso me daba un poco de placer. Me sentía como los niños malos del colegio que humillan a los gallos, y como siempre fui gallo este era mi momento de disfrutar del placer de ser bully así sea con cosas materiales.

Hoy fui a entrenar igual que todos los días, las misma rutina de siempre hasta que me sorprendió el corte de cabello de Mi Amiga la Prepago, a lo Jennifer Lawrence, y con el mismo tinte. Me emocioné. Me apresuré, se dio cuenta que me le acercaba, la interrumpí. Hubiese querido decirle algo lindo pero me salió una de las de ellas: el corte te hace ver más gorda.

“No estoy más gorda Italiano, estoy embarazada”.

¿Qué?

“Que vas a ser tío y Selena va a tener un hermanito y mi mamá otro nieto y Elías va a ser papá. Me llegó el Niño Jesús, me entró por aquí abajo el año, el coño de la madre ¡el coño de mi madre! estaba tan enamorada que dejé de tomarme la pastilla. Se lo dije el 24 por WhatsApp Italiano, después de las 12 con un Feliz Navidad y también le dije que sólo quería una mensualidad porque nunca iba a conocer a su hijo, se repetirá la historia”.

¿Y él que te dijo?

“Se le salió el papá que todos lo hombres llevan dentro y blah, blah, blah… múdate conmigo, vámonos a Miami a compra todo. Por cierto, te compré un regalo de Navidad”, estiró la mano con una sonrisa, me dio una caja.

Eran unos zapatos iguales a los que tenía puestos ella.

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